La Puerta de Cristal. Parte 3. EL HIEROFANTE.

 

El hierofante

 

 

Cuatro días tardé en llegar a tierra y cruzar aquel mar rojo azafranado. Cuando así fue, caí de bruces en la gris arena de una rocosa playa que precedía a un temible barranco desafiante a la destreza del más avezado escalador. Introduje mis manos en la apagada arena y la dejé deslizar áspera entre mis dedos. Mi espíritu estaba agitado desde que, en la noche de mi segunda jornada de navegación, un sueño azotó mi alma.

Soñé con un pozo de anchura enorme y paredes ocres y negras. De algún modo yo me hallaba en el fondo así que comenzaba ascender agarrándome a unos extraños salientes en forma de argollas blanquecinas. Sentía el lento ascenso tensionando mi cuerpo. En todo momento veía mi meta: un cielo azul y un blanco y puro sol, aunque cuanto más subía más evidente era que entorno al astro luminoso había algo que lanzaba destellos con formas de prismas de una belleza arrebatadora. Ascendiendo un poco más pude certificar que aquellos destellos los lanzaba La Puerta de Cristal. En ese mismo momento de seguridad, todo se convirtió en un infierno. Las paredes del pozo comenzaron a escupir sangre negra y tan espesa que al golpearme parecía resina coagulada de los árboles del Bosque Purgatorio. Pero en el cielo aconteció lo peor, todo cayó en tinieblas y la noche expulsó al día del firmamento convirtiendo la Puerta de Cristal en…una escalera, una escalera hacia la tierra otra vez.

Me imaginé que era normal que dejara de soñar con localizaciones concretas y empezara a hacerlo más metafóricamente. Era señal de que me acercaba, y las cosas se iban a complicar. ¿Y por qué? Pensé furioso. ¿Por qué es tan difícil salir de este descalabrado mundo?

-Pues porque este mundo se alimenta de los que campan por él mismo

La voz resonó clara y diáfana junto a mí pero al girarme presuroso no vi a nada ni nadie. Por instinto alcé la vista y en lo más alto del barranco vi a una figura. El sol nacía tras él y no lo distinguía claramente, sólo diferenciaba una oscura silueta. Me levanté y usé la mano derecha a modo de visera y así ver si reconocía algo pero fue en vano. De pronto caí en la cuenta: Aquel hombre había respondido en voz alta a un pensamiento mío. Sólo se podía tratar de un…

-Hierofante, exactamente Ungido del Sol, así es, sube y comamos algo.

¡Un hierofante! Figuras envueltas en el misterio de los tiempos. Capaces de habilidades mentales, curativas, guardianes de los elementos y poseedores de sabidurías ancladas en lo más recóndito del espíritu humano. Ungido del Sol me había llamado. Era un antiquísimo nombre utilizado para denominar a viajeros de importante caminar así que rápidamente me acerqué al barranco para comenzar mi escalada cuando el hierofante volvió a hablar:

-No eres ni una lunaraña ni un lagarto de piedra así que subir por aquí como pretendes hacerlo no será posible. Aguarda, te ayudaré…- tras un leve silencio comenzó a cantar – Si un paso quieres dar, arremeter contra la piedra es solo empezar, de caer fuego nunca cesará, si el caminante de caminar nunca parará…

Cada vez que entonaba la cuarteta un gemido emanaba de la pared del barranco y un peldaño aparecía ante mis ojos. Así fue hasta que al terminar una sinuosa escalera pétrea apareció ante mis ojos. Subí al trote y al fin me hallé frente al hierofante.

Era de estatura mediana e iba envuelto en un juego de túnicas marrones, blancas y azules arremolinadas entre sí. Su cara era afable y tenía una barba medio larga terminada en pico. Un árbol de largas ramas aparecía tatuado desde su cuello hasta su sien izquierda.

-Es un acebo, ¿ves sus hojas en forma de pico? Es el árbol insigne de mi orden – me dijo sonriendo – no temas por la conversación, la indiscreción no forma parte de mis intenciones. Acompáñame a mi casa y nárrame por el camino.

En aquel momento caí en la belleza del paisaje que nos envolvía. Praderas ondulantes de verdor y flores multicolores cuyas fragancias cargaban el aire de verano y frescor que copaban mis sentidos hasta sentirme casi ebrio.

Anduvimos unos minutos durante los cuales no paré de observar el mágico entorno. Por fin llegamos a una pequeña arboleda, todos acebos, en cuyo centro estaba la casa del hierofante. El claro que le servía de vivienda era perfectamente cuadrado y en las dos esquinas más alejadas de la entrada vi algo que no olvidaré jamás: un cultivo de vientos. Pequeños y medianos remolinos de viento, no más grandes que un pie, pululaban alrededor de uno más ancho y delgado posado en el suelo. Se podían ver de vez en cuando mini rayos de un azul brillante dar sus pequeños latigazos a los incipientes tornados. Abrí la boca impresionado y el hierofante carcajeó.

En las dos esquinas más cercanas e la entrada varios muebles estaban repartidos entre un pequeño laboratorio y un hermosísimo estanque. El hierofante me invitó a sentarme en un sillón de hiedras suaves entrelazadas y resultó ser muy cómodo. Me ofreció bayas de numerosos colores y un vaso de un mejunje que estaba tan bueno que realmente no sabría ubicarle semejanza a algo. Tras el almuerzo me habló.

-Pronto el sol se volverá totalmente blanco y así sabrás que te acercas a tu meta.

Me hallaba tan cómodo y en tal confianza que dejé atrás mi habitual altanería y me dejé llevar.

-Eso espero. He perdido la cuenta de cuánto tiempo llevo así, viajando y con el alma puesta en el camino.

-¿Sabes? Una vez un amigo muy sabio me dijo que también se disfruta del camino previo a la meta a lograr.

-Mucho me temo hierofante que yo…

En aquel momento algo pasó. Mi mente explotó causándome un dolor indescriptible y sentí morir. Mis nervios parecieron rasgarse y noté como si mi cuerpo ascendiera atravesando algo espeso y viscoso. Ascendiendo vertiginosamente, violentamente…irremediablemente. De pronto la resistencia de mi ascenso despareció y lo vi, vi el sol blanco, vi figuras a mi alrededor y voces danzando en el aire…llantos una vez y ánimos otra… Repentinamente la oscuridad volvió.

Desperté algo confuso pero me ubiqué pronto, seguía en la casa del hierofante. Éste me miraba extrañado. Me ayudó a incorporarme del suelo, parece ser que había caído, y, cuando pensé que todo había sido una especie de desmayo me dijo:

-Debes darte prisa, debes seguir. El sol blanco está tras la Puerta de Cristal. Estoy aquí para aclararte algunas zarzas del entendimiento pero solo tú puedes llegar.

-¿Cómo sabes eso?

-El aire que respiras ahora es falso. Este mundo es un cementerio y ya has empezado a cavar tu tumba.

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